05 junio 2017

Iván Cañas y José Lezama Lima, como dos extraños

Estoy escribiendo un texto sobre las dos veces que Iván Cañas y José Lezama Lima se encontraron.  Lo tengo casi listo, pero no me atrevo a ponerle el punto final. Sé que le falta algo importante, que hay un detalle esencial que aún se me escapa.
Fue en La Habana de 1969. Cuba entera permanecía movilizada en los cañaverales, tratando de producir 10 millones de toneladas de azúcar. Como fotorreportero de una revista, Iván fue enviado a Caibarién —un pueblo de la antigua provincia de Las Villas— a retratar la gesta masiva.
Pero el joven artista acabó captando expresiones individuales, rostros aislados, cubanos que no tenían otra cosa que ofrecer que no fueran sus vidas cotidianas. Aquel material, gracias a la asesoría del maestro Raúl Martínez, acabó convirtiéndose en uno de los ensayos fotográficos más valiosos de la Cuba de la segunda mitad del siglo XX.
Pero Raúl y mucho menos Iván estaban seguros de ello. Necesitaban una tercera opinión y fueron a la calle Trocadero 162, donde vivía el autor de Enemigo rumor, a enseñarle la maqueta del libro donde se publicarían las imágenes (que hoy —dicho sea de paso— forma parte de la Colección del Museo Reina Sofía).
Entonces, el joven fotógrafo tenía 23 años y el escritor unos 59 que pesaban más que 70. Habían compartido el mismo espacio por 30 años, pero solo coincidieron dos veces; aquella y otra más, en un jardín del Vedado. Gracias a esos encuentros hoy sabemos cómo era el Lezama que se encerró (que encerraron).
En una de las fotos, Lezama suelta una carcajada. A juzgar por lo que le escribe a su hermana Eloísa en las cartas de esos meses, fue un escaso momento de alegría: “todos hemos sido víctimas de la estupidez, de la miseria y la confusión de nuestra época”, dice unos párrafos antes de comentar los avances en Paradiso.
Por eso las fotos de Iván, además de enseñarnos al corpulento hombre que la censura y la ignorancia trataron de encubrir, nos revelan lo que resultaba invisible en ese momento. Y ese es, creo, el gran valor de la obra de Iván Cañas, que siempre miró hacia donde nadie más miraba.
Ahora le voy a llamar por teléfono, quiero que me cuente, con sus propias palabras y con lujo de detalles aquellos dos encuentros. Pero antes quise escribir este post. Aquí empieza el final del texto que escribo. Iván y Lezama, como dos extraños, están a punto de reencontrarse.

1 comentario:

Ivan Canas dijo...

Gracias caro Camilo por desempolvar estos recuerdos de ya hace ya cuasi media centuria...Fue un verdadero privilegio entrar en la cotideaneidad de esta Gloria de Cuba y de la literatura universal y de llevar mi camara para dejar un testimonio del ambiente que rodeaba a este ser tan especial...Espero que pronto estas imagenes vean la luz en un libro y que los amantes de la obra de Lezama Lima constaten la humildad del dia a dia del maestro...Gracias de nuevo camilo...Mi abrazo sempiterno para ti y para tu obra.....Ivan Canas