01 octubre 2016

Otra vez por el Bladi

Alejandro Aguilar y Marianela Boán trajeron de Cuba El Caimán Barbudo dedicado a Bladimir Zamora Céspedes (Cauto del Paso, 1952- Bayamo, 2016). Me costó mucho trabajo rebasar la portada. Incontables veces vi a Bladimir frente a una nueva portada de El Caimán. Mucho de lo poco que sé de edición, lo aprendí mientras él discutía el color, la imagen, los titulares…
Ahora era él quién estaba en una portada, la primera desde mediados de los años 80 sobre la que no pudo opinar. Como uno quiere creer que sus amigos durarán siempre, estaba frente a algo impensable para mí. Alejandro y Marianela me tenía otra sorpresa guardada. En el dossier sobre el Bladi incluyeron un texto mío, que publiqué en El Fogonero el pasado 5 de mayo.
Lo primero que publiqué en El Caimán fue un poema. Recuerdo que mi padre me preguntó si ese Camilo Venegas era yo. Aun cuando mencionaba al mediodía del Paradero de Camarones y a los gorriones de Manicaragua, él no se lo creía. “Escribe otras cosas —me dijo cuando se recuperó de la sorpresa—, que esos poemas de ahora no hay quien los entienda”.
Si mal no recuerdo, lo último que publiqué en El Caimán…, a mediados de los años 90, fue sobre mi pueblo. Más que una crónica, era un acto de justicia. Originalmente, el cine del Paradero de Camarones se llamaba Justo, en homenaje al padre de Chena, el dueño. Luego, cuando le cambiaron los nombres a casi todo en Cuba, le pusieron Jobusí (el nombre de un cacique que vivió por la zona de Potrerillo).
Justo no había sido un patriota, pero tampoco merecía tanto olvido. Los más viejos de mi pueblo lo recordaban con mucho cariño. Toda su vida fue maquinista de los Ferrocarriles Unidos de La Habana y cuando pasaba por el Paradero de Camarones hacía que su Balwind estremeciera los techos con largos pitazos.
“Lo más justo es que nuestro cine se vuelva a llamar Justo”, concluía en mi texto. Increíblemente, a raíz de la publicación, se creó una comisión en el Poder Popular de Cruces y mandaron un pintor de brocha gorda para que hiciera la rectificación en la fachada del cine. Emocionado, Chena se apareció en mi casa con un regalo: dos litros de leche acabada de ordeñar y una docena de enormes aguacates.
Le llevé algunos de regalo al Bladimir y, cuando lo probó, me miró muy serio: “¡Qué clase de aguacate, chico! —dijo mientras se saboreaba—. Los campesinos somos así de agradecidos… A ver… ¿a qué más podemos cambiarle el nombre en tu pueblo?”.
He vuelto a publicar en El Caimán por el Bladi. Aunque hubiera preferido cualquier otra excusa, no niego que en el fondo me produce una gran felicidad, ese raro estado al que se llega por razones muy extrañas y que no siempre implican a la alegría. Por eso, solo por eso, estoy muy agradecido de los que decidieron incluirme en el homenaje.

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